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domingo, 29 de marzo de 2009

TOMADO DE: www.heterodoxos.org

DANIEL VÁZQUEZ TOURIÑO:

“El teatro mexicano del siglo XX: búsqueda de la esencia de una nación”

Basado en la conferencia del mismo título pronunciada por el autor en Praga en el año 2002.

Tonto el que lo lea.

En su obra El laberinto de la soledad, Octavio Paz analiza la historia y el ser esencial del pueblo mexicano. Una de las más notorias características que identifica en el mexicano es el hermetismo, el celo con que defiende su intimidad. Afirma que el mexicano "entre la realidad y su persona establece una muralla, no por invisible menos infranqueable, de impasibilidad y lejanía. El mexicano siempre está lejos, lejos del mundo y de los demás. Lejos, también de sí mismo". (1950, 34)

Vamos a estudiar aquí el nacimiento del teatro nacional mexicano atendiendo a su capacidad de acercar
al espectador a su propia esencia. Entendemos por teatro nacional la creación y representación de un corpus de obras en las que es reconocible un determinado estilo dramático que sirve para indagar en la realidad circundante y en la forma de ser de un pueblo.
Pues bien, a principios del siglo XX, en México no existía un teatro nacional. En el presente trabajo trataremos de exponer la evolución de la escena mexicana, que hoy en día presenta una personalidad y un desarrollo de los más destacados en el teatro en lengua española. Tras el panorama general, nos detendremos en tres obras que hemos elegido como hitos en los que descubrir la dirección de la dramaturgia mexicana del siglo pasado. En estas obras identificaremos algunos rasgos comunes e indicadores de la naturaleza de este teatro nacional: El gesticulador, de Rodolfo Usigli, escrita en 1937; Yo también hablo de la rosa, de Emilio Carballido (1966); y El camino rojo a Sabaiba, de Óscar Liera (1987).

La Revolución Mexicana (1910-1924), que supuso una revitalización nacionalista de varias facetas del arte (pintura, música, novela), no afectó en absoluto al teatro. Durante las tres primeras décadas del siglo, la escena mexicana estuvo copada por la revista, que era un calco del género chico español, y por dramas románticos trasnochados que también se apoyaban en los modelos del teatro de la antigua metrópolis.
Como indica el crítico mexicano Fernando de Ita (17-30), los intentos de dar a México un teatro «ajeno a esta monotonía y grandilocuencia», más adecuado a la nueva situación social y política -emancipada y autocrítica-, tuvieron dos perfiles: perfil mexicano y perfil extranjero. Ambos insuficientes por sí mismos, pero ambos fecundadores del teatro que siguió.

El primer intento de renovación de la escena a partir de un perfil nacional fue la Comedia Mexicana. Esta iniciativa, auspiciada en 1929 por Amalia Castillo Ledón, llevó por primera vez tipos y temas de la realidad mexicana al escenario. Sin embargo, los dramaturgos que participaron en este movimiento se aferraban al modelo de costumbrismo de las obras de los dramaturgos españoles Jacinto Benavente o los hermanos Álvarez Quintero. La dependencia de un patrón dramático ajeno y anquilosado abortó la posibilidad de hacer de la Comedia Mexicana el primer brote de un teatro nacional maduro y emacipado. Esta aventura acerca, eso sí, por vez primera, el México contemporáneo a la escena.

También el Teatro de Ahora, fundado por Mauricio Magdaleno y Juan Bustillo Oro en 1932, analiza la realidad mexicana. Este grupo presta especial atención y crítica a los asuntos sociales que la Revolución había destacado y abordado. Pero también en esta ocasión es la ausencia de un molde dramático genuino y artístico lo que impide que esta iniciativa dé nacimiento a una nueva dramaturgia. Las piezas del Teatro de Ahora, ricas en su análisis de la realidad mexicana, no pasaban de panfletos políticos dramatizados donde el arte de las tablas estaba ausente.

La primera tentativa de librar el arte escénico de su fosilización, dándole un perfil moderno y universalista (y por tanto extranjero) la llevó a cabo durante siete meses de la temporada de 1928 el Teatro de Ulises, puesto en marcha por algunos de los poetas e intelectuales del entorno de la revista Contemporáneos. El Teatro Ulises introdujo en México la renovación teatral que se estaba produciendo en otras partes del mundo. Los míticos montajes de este grupo desafiaban, por una parte, el repertorio convencional, con obras de, entre otros, Cocteatu, Pirandello, Giroudoux o Strindberg. Pero, principalmente, el Teatro Ulises supuso una alternativa a los anquilosados métodos del teatro profesional (Ita, 23):

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EL TEATRO MEXICANO DEL SIGLO XX



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