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sábado, 16 de enero de 2010

ANTÍGONA: Versión para el "Estudio Teatral de Santa Clara", en Cuba

copiado de LA JIRIBILLA http://www.lajiribilla.co.cu


 
Antígona

 (Versión del original griego para el espectáculo homónimo del Estudio Teatral de Santa Clara)

ESCENA 1

(Antígona acompaña a Edipo que  marcha ciego y empobrecido, luego de haber sido expulsado de la ciudad).
Edipo: Hija de un anciano sin ojos. ¿A qué tierra hemos llegado? ¿A qué ciudad de hombres...? ¿A qué tierra hemos llegado? ¿A quién le toca hoy acoger al errabundo Edipo con sus parcos dones?
Antígona: Oh, padre mío desventurado, allá a lo lejos hay unas torres que a juzgar por la vista defienden una ciudad, el paraje donde estamos, no cabe duda, es sagrado, cubierto de laureles, de olivos y de parras, y en la enramada cantan ruiseñores de tupido plumaje...
Edipo: Siéntame.
Antígona: Si con los años se aprende, bien sabida tengo la lección. Aquello es Atenas. Este lugar no sé cuál será.
Antígona: (Llama). ¡Viento! (Pregunta al viento). Por los dioses, amigo, no te desdeñes en contestar a las preguntas que te quiere hacer esta pobre vagabunda. ¿Qué paraje es este en que estamos? ¿Sabes lo que he de hacer para evitar un mal paso? ¡Viento!
Edipo: (Imitando la voz del viento, muy quedo). Quédate aquí donde te encontré al llegar, mientras yo voy y doy cuenta del caso no a la ciudad, sino a los aldeanos del contorno, ellos determinarán si debes quedarte aquí o volver sobre tus pasos.
Antígona: ¡Basta!
Edipo: Hija, ¿se ha marchado ya el hombre?
ESCENA 2
Antígona: (Disimulando). Sí padre, se ha ido, ya todo está en calma, puedes hablar sin cuidado, sola estoy junto a ti.
Antígona: (Con solemnidad). Oh, veneradas diosas del terror ya que hoy por vez primera reclino mis miembros en vuestra tierra, no se muestren desatentas ni conmigo ni con mi padre, que al vaticinar males infinitos predijo que después de largos años hallaría por fin reposo al llegar a un país donde unas venerandas diosas me brindarán asilo y hospedaje; y que allí doblaría el curso de mi triste vida, y que morando allí, sería la bendición de los que me hubiesen recibido y la maldición de los que me habían desechado; y que la señal precursora de todo esto sería o un trueno o un relámpago lanzado por Zeus. Ahora veo bien que solo un presagio fiel de vuestra mano me ha conducido hasta este bosque sagrado. De lo contrario no hubieráis sido vosotras las primeras diosas que encontrara yo en mis viajes; yo la abstinente, vosotras las enemigas del vino. Otorgadme, oh diosas, conforme a las promesas lo que debo hacer para el mejoramiento de mi vida. Si no os parezco indigna de tanta gracia, amarrada siempre a sobrehumanas desgracias. ¡Ea amables hijas de la antigua tiniebla, compadeceos de esta triste sombra!
Edipo: Calla, unos hombres muy entrados en edad vienen acá, sin duda, a indagar sobre tu venida.
ESCENA 3
Antígona: Oh, espantable visión. (Mientras consulta el oráculo). ¡Voz espantable por piedad no me tengáis por impía!
Edipo: ¡Oh, vacíos ojos! ¿Eres tú su padre? Oh, vida tan larga a lo que se ve como desgraciada. Pero no, cuanto de mí dependa no añadirás nuevo mal a tus males. A fe que no soy el más envidiable de los mortales. ¡Oh, guardas de esta tierra y ved la prueba! No me arrastraría así guiado por ojos ajenos, ni apoyando mi corpulencia en la debilidad...
ESCENA  4
Edipo: Oh, muchachos en todo amoldados a las leyes del Egipto en el afeminamiento y el tenor de vida. Allí los varones pásanse la vida sentados en el hogar la rueca en la mano y salen las mujeres a la calle a ganarse el pan. Entre nosotros oh hijos, los que debieran llevar ese trabajo se están guardando en la casa como doncellas.
Antígona: (A Edipo). Y en su lugar yo me desvelo por acudir a las desgracias de este miserable. Desde que salí de la infancia fortalecí mi cuerpo. Llevo vida desdichada y errante hecha el lazarillo de un anciano. Perdida muchas veces, sin pan y sin calzado, en selvas pavorosas, tostada al sol, olvidada de mis propios males con tal de conseguir el pan para mi padre. Y un nuevo peligro este oráculo me viene a contar. La triste situación de mis maladados hermanos es lo que ha venido a exponerme.
Edipo: En un pricipio tomaron el acuerdo de ceder el trono a Creonte y no perjudicar a la ciudad teniendo ante los ojos la maldición de nuestra raza que pesa sobre mi desdichada familia.
Antígona: Pero ahora aguijados por alguno de los dioses y por un maldito frenesí tienen entablada los infelices una malhadada lucha, y se disputan la soberanía y el poder real. El pequeño, Eteócles, aunque más joven en edad ha arrancado el cetro a su hermano mayor Polinices, y le ha desterrado de la patria.
Edipo: Este según fama que se va extendiendo entre nosotros refugiado en el corazón de Argos, ha tomado allí esposa extranjera y ha reunido aguerridos aliados jurando... que Argos o sojuzga y humilla a la región Cadmea o por lo menos se remonta hasta los cielos.
Antígona: Estas no son, oh padre, meras palabras sino terrible realidad.
ESCENA  5
Antígona: Dicen que cierto hombre, que aunque vive apartado de ti es de tu familia, se ha postrado y está al pie del altar de Poseidón donde yo sacrifiqué antes de venir aquí.
Edipo: ¿De qué tierra es?, ¿qué pretende con sus plegarias?
Antígona: No sé nada, dice que solo pretende hablarte unas palabritas... nada de importancia.
Edipo: ¿Acerca de qué?
Antígona: Dicen que solo ruega poder venir, hablarte unas palabras y volverse seguro por el camino que le ha traído.
Edipo: ¿Quién podrá ser ese que tales plegarias hace?
Antigona: Recuerda si allá por Argos habrá algún pariente nuestro que pueda necesitar de ti. Hable... hable...
Edipo: No me pidas...
Antígona: ¿Qué es lo que no te he de pedir ?
Edipo: Tus últimas palabras me están diciendo quién es el suplicante, el hijo aborrecido cuyas palabras serían las más irritantes que a mortal podría yo oír. Aquella voz es lo más odioso que puede oír un padre. No me pongas en la necesidad de ceder en eso.
Antígona: Padre, sigue mi consejo aunque sea el consejo de una niña. Concédame recibir a nuestro hermano. ¿Qué se pierde con oír palabras? Al fin con las palabras es como se declaran las cosas que son felices...Vuelve tu atención a los males que antaño te dejaron tu madre y tu padre y si los miras bien entenderás que malos son los frutos de una mala pasión. Ahí tienes como recuerdo instructivo las cuencas vacías de esos ojos. ¡Cede a mi pedido!
ESCENA 6
Edipo: Una cosa te pido. No hagas violencia a mi corazón.
Antígona: ¿Te callas? Habla una sola palabra padre mío y no me desdeñes así. ¿ No me  respondes?
Edipo: Polinices infame que cuando poseía el cetro y el trono de Tebas que ahora le ha quitado su hermano me desterró a mí, a su padre, y me dejó sin patria. Que me hizo llevar estos vestidos que te arrancan hoy lágrimas con solo verlos, hoy se ve él en males semejantes a los míos.
No es tiempo de lamentaciones ahora, yo soportaré esto mientras me dure la vida, siempre clavado en mi memoria el parricida. Por gracia y merced suya ando mendigando por el mundo el pan de cada día, y si no hubiera engendrado para apoyo de mi vejez a ti hija, ya hubiera muerto. Por eso ya lo mira el hado con ojos de quien acabará bien pronto si es verdad que ya caminan hacia Tebas esas huestes.
No, jamás rendirá él aquella ciudad, antes caerá bañado en sangre y su hermano como él. Estas imprecaciones contra los dos lancé en otro tiempo, ahora las conjuro para que vengan como aliadas mías y se cumplan, para que os dignéis respetar a vuestros padres y para que no os burléis por verle ciego. Que ni triunfe jamás de su patria con las armas ni jamás pueda volverse al resguardado Argos. Invoco a las horribles tinieblas del paterno tártaro y a Ares, que ha inoculado en sus venas tan implacable rencor.
Antígona: ¡Ay de mí! ¡Ay de mi gestión! ¡Ay de mi fracaso!
Edipo: Que muera a manos de su hermano y mate al mismo que lo ha desterrado.
Antígona: Ay, infeliz de mí. ¡Ay de mí!
Por las fuentes te conjuro y por los dioses de nuestra familia, escuchadme, cede ¡oh padre! Mira que soy mendiga y estoy desterrada y desterrado andas tú también. Gimiendo bajo el mismo destino, tú y yo lisonjeando es como obtenemos albergue. Otros, ay mísera de mí, en nuestro palacio gozan y se burlan impunemente de nosotros...Yo te intalaré en tu antiguo palacio y allí me estableceré yo también. Con poco trabajo y menos tiempo acabaré yo si tú te pones de mi lado. Si vienes conmigo esto es hecho, si no, estamos perdidos sin remedio.
Edipo: Polinices, infame que cuando poseía el cetro y el trono que ahora le ha quitado su hermano me desterró a mí...
ESCENA 7
Edipo: Hija mía, ya el fin de mis días vaticinado por los hados se avecina, ya no es posible volverse atrás.
Antígona: ¿Cómo lo sabes? ¿Qué te lo confirma?
Edipo: (En delirio). Mirad, muy fragoroso se precipita este horrendo trueno de Zeus. El temor me eriza los cabellos, el corazón se me hiela, el relámpago inflama de nuevo los aires...Presa soy del terror pues nunca se lanza en vano, siempre va preñado de calamidades...¡Oh, etérea inmensidad! ¡Oh, Zeus!
ESCENA 8
Edipo: (Solo). Hija mía sígueme por aquí, yo voy a ser ahora vuestro guía como lo fuiste tú de tu padre.  ¡Adelante! No, no me déis la mano, dejadme que yo solo por mí mismo vaya a buscar la sagrada tumba donde está decretado que he de sumirme en el seno de la tierra. Por aquí, así, venid por aquí, me llevan a mí el mensajero divino Hermes y la diosa de los infiernos. ¡Oh, luz para mi apagada y que antaño fuiste mía ! Por última vez caes hoy sobre mi vida. Adiós, sed todos muy felices, y en vuestras dichas acordaos de mí, después de muerto.
ESCENA 9
Antígona: Polinices, te voy a pedir un favor, no me lo niegues.
Polinices: ¿Cuál queridísima Antígona? Habla.
Antígona: Vuélvete cuanto antes a Argos con tu ejército y no acabes en un día con tu vida y con la de la patria.
Polinices: No puede ser. ¿Cómo volveré yo jamás a capitanear este ejército si cedo una vez al miedo?
Antígona: ¿A qué viene hermano enfurecerte? ¿Qué sacas tú de arrazar a tu patria?
Polinices: Es una desvergüenza esto de estar desterrado y de que el hermano menor se esté burlando de mí.
Antígona:  ¿No vez que tú mismo empujas hacia su cumplimiento a los oráculos de tu padre que les vaticinan mutua fraticida muerte?
Polinices: Él lo ha querido así... pero yo no puedo poner pie atrás.
Antígona: Ay infeliz , ¿quién se atreverá a seguir tu bandera una vez que oiga los vaticinios que te ha hecho tu padre?
Polinices: Ya me guardaré de no contarles nada desfavorable, que es de buenos capitanes dar las buenas noticias y no las malas a sus soldados.
Antígona: Te cierras obstinadamente hermano.
Polinices: Sí, y no me detengas más, tengo que lanzarme ya por esos caminos malhadados e inevitables, como me los ha dejado mi padre en sus furias infernales. Si sus imprecaciones llegan a cumplirse no me dejéis ultrajado, sino alcanzadme sepultura. Dejadme ya.  Adiós hermana, cuando volváis a verme ya estarán mis ojos cerrados a la luz...
Escena 10
Antígona: ¡Ay! Ahora sí, ahora sí,  desventuradas de nosotras, que nuestra vida es un lamento sostenido por la triste faltalidad heredada con la sangre de nuestro padre. Hasta ahora incesantes fueron mis trabajos por él, pero el golpe que al fin sufro da para contar cosas incontables. Los campos de las tinieblas se lo han cogido y llevado  envuelto en el misterio. Triste de mí, sobre mis ojos ha caído una noche, noche de muerte. ¡Ay, aquellos males tenían sus dulzuras! ¡Qué dulce me eras aún lleno de amarguras padre mío mientras se me daba estrecharte entre mis brazos. ¡Padre envuelto en eternas tinieblas debajo de la tierra!
Antígona: (Cantando).
El palacio está de luto y en el trono llora el rey
Y la reina está llorando donde no la pueden ver
En pañuelos de holán fino lloran la reina y el rey
Los señores de palacio están llorando también
Los caballos llevan negro el penacho y el arnés
Todo el mundo fue al entierro con coronas de laurel
El hijo del rey se ha muerto se le ha muerto el hijo al rey.
 
En los álamos del bosque tiene su casa el pastor
La pastora está diciendo por qué tiene luz el sol
Entra y sale un perro triste, canta allá adentro una voz
Pajarito yo estoy loca: ¡Llévame donde él voló!
El pastor coge llorando la pala y el azadón
Cava en la tierra una fosa, echa en la fosa una flor.
El hijo del rey se ha muerto, murió el hijo del pastor.
ESCENA 11
Antígona: Males nos cercan; antes males sin remedios, ahora peores aún. Yo voy a Tebas de nuestros abuelos para ver si logro estorbar la muerte que ya acecha sobre nuestros hermanos. ¡Cese todo llanto!
ESCENA 12
Guardia: (Al pueblo). Ciudadanos, ya los dioses después de haberla sacudido con violenta marejada han asentado al fin las cosas de la patria. En tales principios fundo yo el engrandecimiento de mi país y en conformidad con ello he ordenado a la ciudad acerca de los hijos de Edipo. Que a Eteocles, pues sucumbió peleando por la causa de la patria, con toda clase de proezas militares se le conceda sepultura y todas las fúnebres expiaciones que acompañan a los nobles adalides cuando mueren. Por el contrario a Polinices, que volvió de su destierro resuelto a arrasar y a consumir por el fuego a la ciudad de sus padres y a los dioses de su patria, y a saciarse de sangre fraticida, a este digo:  Queda pregonado en toda la ciudad que nadie le haga exequias, nadie le haga duelo, sino que se le deje insepulto, pasto de la voracidad de las aves y los perros, espanto para quien lo vea. Tal es mi determinación: jamás los malvados recibirán mas honra que los justos. Solo quien se muestre amante de mi patria será honrado lo mismo muerto que vivo. Esta es la voluntad de Creonte, hijo de Meneceo.
Antígona: Nadie dirá de mí que le he faltado, Creonte no es nadie para ponerse entre mí y los míos.
ESCENA 13
Guardia: (Atrapando a Antígona). Esta es aquella, esta es la que lo hizo, a esta la hemos cogido enterrando. ¿Pero dónde está Creonte? ¡Aquí está, que vuelve del palacio bien a punto!
Escenas 14 y 15
Creonte: Tú, tú que estás ahí con la cara al suelo, ¿confiesas  haberlo hecho o lo niegas?
Antígona: Confieso todo lo hecho y no niego un punto.
Creonte: ¿Sabías que estaba prohibido hacerlo?
Antígona: Lo sabía, ¿no lo había de saber? La orden estaba clara.
Creonte: ¿Y te atreviste con todo a violar las leyes?
Antígona: No era Zeus quien imponía las órdenes ni es la justicia que tiene su trono con los dioses de allá abajo; ni creí que tú mortal, habías de prevalecer por encima de las leyes de los dioses. Que había de morir ya lo sabía, cómo no, aunque no lo hubieses tú anunciado.
Creonte: ¿Pues sabes tú que las cabezas demasiado tiesas son las que más facilmente caen? Tú habrás observado que el acero que cocido al fuego es más resistente es el que de ordinario se casca y salta en pedazos.
Antígona: ¿Deseabas cosa más grave que cogerme y darme muerte?
Creonte: Solo eso, y haciéndolo lo tengo todo.
Antígona: ¿Pues a qué aguardas? Lo que he hecho, todos los presentes lo aprobarán a voces si el miedo no les cerrara la boca, sino que los tiranos tienen entre mil otras ventajas, la de hacer y decir impunemente lo que les place.
Creonte: Eres tú la única de los Cadmeos que lo ve así.
Antígona: Así lo hacen también estos que cierran la boca por ti.
Creonte:  ¿Y no te da vergüenza pensar tan distinto de los demás? ¿Cómo haces exequias a uno que para el otro son injurias?
Antígona: ¡Es que no es ningún siervo, es un hermano el que ha muerto!
Creonte: Un hermano traidor que estaba devastando nuestra patria cuando el otro resistiéndole la defendía.
Antígona: Con todo el hades pide igualdad  de derechos.
Creonte: Pero los buenos no han de ser igualados en premios a los perversos. Ciertamente que el enemigo no ha de ser amigo ni aún después de muerto.
Antígona: Yo no he nacido para compartir odios sino amor.
Creonte: Pues si hay que amar allá abajo irás y ama a los de allá, que a mí mientras viva no me domina una mujer.
ESCENA 16
Antígona: Ya me ven ciudadanos de mi patria tierra. Ya emprendo por última vez mi viaje, ya contemplo la postrera luz del sol, ya por última vez. Que el hades el que todo lo adormece me lleva a la rivera del Aqueronte. Así en la vida, sin participar de himeneo, sin que me hayan cantado canto nupcial en mis bodas con el Aqueronte me casaré.
¡Ay, que se burlan de mí!
¡Ismena!
¡Oh, patria! ¡Oh, ciudadanos acaudalados de mi patria! ¡Oh, fuentes dirceas y recinto sagrado de Tebas la de triunfales carrozas, vosotros al menos me seréis testigos de cual sin llanto de amigos y contra toda ley bajo a la prisión sepulcral de misteriosa tumba!
¡Desventurada! No habrá morada para mí en este mundo ni en el otro. Ay, maldiciones del lecho de una madre. Ay, fatal himeneo de mi madre con mi padre de ella he nacido. ¿De quién hube de nacer yo, la sin ventura? A ellos, a vivir con ellos voy ya.
Adiós ciudad de mis padres, Tebas mi patria y dioses de mis abuelos, ya me llevan, ya esto es hecho. Mirad primates de Tebas a la única que quedaba de vuestras princesas, mirad qué males de quien padezco todo por lo piadoso de mi piedad.
Oh, tumba; oh, tálamo; oh, cárcel perpetua de mi mansión subterránea, a ti voy ya en busca de los míos; que son incontables los que difuntos ya tiene recibido Perséfone entre los muertos.

El Estudio Teatral de Santa Clara se crea en octubre de 1989 y desde sus inicios, ha funcionado como centro de investigación y de experimentación teatral, prestándole especial interés a la formación de actores y a la búsqueda de metodologías de montaje que estimulen un modo peculiar de comunicación con su público. Como algo peculiar de su trabajo resalta el interés del Estudio por crear su propia dramaturgia autoral, convirtiéndose en autores de los relatos que estructuran en sus puestas en escenas. Desde 1991, fecha de estreno de su primer espectáculo, y hasta el presente, el Estudio Teatral ha sido seleccionado para participar en los Festivales Nacionales de Teatro y en los Festivales Internacionales de Teatro de La Habana. Su director, Joel Sáez, y una actriz fundadora, Roxana Pineda, poseen la Orden por la Cultura Nacional. Funciona además como Taller Permanente de Creación Teatral, impartiendo seminarios, conferencias, encuentros entre teatristas, etc. Han realizado encuentros de trabajo con importantes figuras del teatro contemporáneo como Santiago García y Patricia Ariza del Teatro la Candelaria de Colombia; Eugenio Barba, Julia Varley e Iben Nagel Rasmusen del Odin Teatret de Dinamarca; con teatristas del Brava Theater Center de San Francisco y el Departamento de Teatro de Ohio, EUA. Entre sus puestas más relevantes se pueden mencionar: El lance de David (1991) La historia de un viaje (1992) Antígona (1994) Piel de Violetas y El solitario de los Sakyas (1996) A la Deriva (1998) La quinta rueda (2000) Soledades (2001) El traidor y el héroe (2002). La versión que realizaron a Antígona ha obtenido los siguientes premios:  Premio de puesta en escena y de Actuación Femenina en el Festival de Teatro de Camagüey 1994, Mención UPEC por puesta en escena, Premio Actuación Femenina otorgado por la AHS, Premio de la Crítica (1994).

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