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viernes, 16 de diciembre de 2011

Pensar con cabeza propia. Educación y pensamiento crítico en América Latina, por Raquel Sosa Elízaga






Pensar con cabeza propia.
Educación y pensamiento crítico
en América Latina*
Raquel Sosa Elízaga**
imón Rodríguez, ese formidable maestro de todos nosotros que acompañó en su periplo a Simón Bolívar, ocupó su vida entera en imaginar, diseñar, construir los fundamentos de una propuesta educativa a partir de la explosión de la creatividad de nuestros pueblos, ésa que sólo puede explicarse por la aspiración irrenunciable a la libertad ante la continua opresión (Rodríguez, 1975). Tomemos en cuenta que si el colonialismo produce impotencia y desazón, su efecto más perverso es que induce en el conquistado la resignación a que su libertad haya sido cercenada, tal vez para siempre, y que, para continuar existiendo, deba inevitablemente darse por vencido y aceptar, repetir aquello que le imponen sus opresores. La secuencia dramática es tan atroz, que el conquistado termina considerando al pensamiento impuesto como propio, y la obstrucción a su libertad como parte del camino que le llevará al mejoramiento de su vida.
Desandar esos pasos, romper con esos tortuosos vínculos, puede parecer a muchos un salto al vacío, una aventura sin destino, una especie de suicidio intelectual y moral. No obstante, ninguna generación humana puede renunciar a su derecho a crear, a su derecho a imaginar y a proyectar su propia vida, so pena de convertirse en conformista reproductor de todo lo que en verdad le produzca un auténtico malestar cultural: la frustración, el desarraigo, la pérdida de objetivos y el olvido de los sueños que padecen muchos jóvenes en nuestras dolidas sociedades aún el día de hoy, no tiene otro origen ni otra razón de ser que la ruptura de los vínculos con nuestra realidad, la de sociedades oprimidas, empobrecidas, construidas sobre la desigualdad, la exclusión y la desmemoria, pero también dotadas de la energía, la voluntad y la esperanza de ser capaces de remontar su odiosa condición de sometimiento.
Nuestra apuesta, por ello, no puede ser más irracional que lo que nos impusieron los conquistadores: “Inventamos o erramos”, bien dijo Simón Rodríguez, y con ello quiso decir que el único camino posible para nosotros es el que nos decidamos a construir entre todos a partir de nuestra propia experiencia, de nuestras propias preguntas, de nuestras necesidades y de nuestros sueños. Tenemos que ser tan radicales como nos sea posible, es decir, capaces de desentrañar, sin miedo y sin falsas suposiciones, las raíces de nuestros problemas y el modo en que en cada época, con las fuerzas y capacidades de que dispongamos, podamos empeñarnos a remontarlos. Tenemos que aprender a mirarnos con otros ojos, nuestros ojos, para rehacer el amor a nuestra tierra, a nuestros saberes, al color y al olor de nuestra piel.


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Las sociedades latinoamericanas deben constantemente reinventarse a sí mismas, toda vez que a cada experiencia de estallido de la libertad siguen golpes de los viejos y nuevos conquistadores. Sobre todo, y ésta es tal vez la condición más dramática que enfrentamos, nuestras sociedades deben protegerse de que la memoria perversa de la opresión las llame a regresar a ella como lugar seguro, pese a todo el dolor que produce. Bien recuerdo las sentencias de Norbert Lechner quien, en el contexto de la dictadura pinochetista, afirmaba que no había otra sociedad que la sociedad posible, no cabía otra imaginación que la señalada por quienes se habían cansado de los extremos, que sólo el reconocimiento de la necesidad de seguridad, de tranquilidad, de protección, de orden podía ser la garantía de una sociedad armoniosamente moderna (Lechner, 1986). Descanse en paz este pensador, y larga vida a los jóvenes chilenos que nos han devuelto a todos la esperanza en la terquedad de la resistencia al colonialismo contemporáneo, con su descarnado pillaje y su opresión sobre la educación.


La reforma educativa neoliberal: la historia que vivimos y poco vimos


Y es que los chilenos y todos los latinoamericanos necesitamos regresar al momento en que las bayonetas y los uniformes verdes sustituyeron a la inteligencia en el país de Neruda, de De Rokha, de Violeta Parra, de Salvador Allende. Debemos a la investigadora Marcela Gajardo la recuperación de las ominosas circulares de la Junta Militar, cuando impuso un Comando de Institutos Militares cuyos delegados estarían a cargo de:
controlar que las actividades educativas y anexas (…) se efectu(aran) en todos los niveles del sistema escolar (…) con una sujeción estricta a los postulados preconizados por la H. Junta de Gobierno; obedeciendo fielmente las directrices emanadas del Ministerio de Educación; observando la más estricta disciplina y justicia; entregándose exclusiva y totalmente a labores netamente profesionales con completa exclusión del proselitismo político o de oscuras acciones de grupos ideológicos…
Esta circular, emitida en agosto de 1974, forzaba, so pena de cese fulminante, a los directores de las escuelas a informar a sus superiores cuando se produjeran casos en que el personal docente, sus auxiliares o los trabajadores administrativos de la educación emitieran “comentarios políticos, difusión de comentarios mal intencionados sobre las actividades de gobierno, difusión de bromas o de historias raras relativas a la gestión de la Junta (…) distorsión de los conceptos o de los valores patrióticos, distorsión de las ideas contenidas en los textos de estudio…”, etcétera. (Gajardo, 1982)
La reforma a la educación chilena se llevó a cabo en el contexto de una brutal represión al pueblo de Chile, una parte significativa de cuyas víctimas fueron los estudiantes y sus familias así como los docentes y trabajadores organizados cuya influencia se suponía extendida y completamente contraria a los fines de la dictadura. (Sosa, 2010)
A diferencia de lo que muchos pedagogos han supuesto, no fueron los Chicago Boys quienes introdujeron en Chile el modelo neoliberal: fue la necesidad de suprimir toda memoria y experiencia organizativa independiente, la feroz empresa de subordinar por completo las conciencias de l@s chilen@s lo que abrió paso a las concepciones empresariales que hoy reciben su primer gran golpe en el país en que fueron fundadas (Vázquez, 2010). Siguiendo la lógica burguesa que bien describió Marx en El Manifiesto Comunista, la Junta Militar y sus aliados internacionales se empeñaron –y en gran medida lograron– que todo lo sólido se disolviera en el aire, es decir, que una prolongada tradición democrática y de desarrollo de la inteligencia creativa y autónoma de las organizaciones civiles y sociales, los colegios y universidades, los sindicatos y los partidos, los intelectuales, los académicos y los artistas se disolviera en el ácido de la persecución, de la quema de libros, de la muerte, del desplazamiento y refugio de cientos de miles.
Mis amigos y maestros queridos Agustín Cueva, René Zavaleta, Ruy Mauro Marini, Theotonio Dos Santos, Eduardo Ruiz Contardo, Carlos Morales Oyarzún y Hugo Zemelman, entre tantísimos otros y otras, abrevaron en ese crisol del conocimiento que fue el Chile de la Unidad Popular, y creo que nunca dejarían de reflexionar sobre los desastrosos efectos que produjo su destrucción.

Lo sorprendentemente difícil de percibir desde los espacios de nuestras universidades fue el alcance verdadero del proceso de colonización mental que ocurrió a partir de la imposición del esquema neoliberal en nuestro subcontinente. Esto se explica en gran medida por dos razones: la primera, desde luego, es que prácticamente sin excepción, nuestras universidades fueron objeto de acoso, sus profesores y estudiantes perseguidos, encarcelados, asesinados y el desarrollo del pensamiento crítico violentamente suspendido en sus centros de investigación y aulas.
Mas la falta de visión de lo que ocurría en el conjunto de la educación se debe también a que fueron precisamente nuestras universidades las que recibieron el primer y más definitivo golpe de la reforma educativa, con la imposición del lenguaje empresarial, o más precisamente, bancario (mas no en el sentido de Paulo Freire, sino en el del Banco Mundial), que se generalizaría después en todas las instituciones sociales, de la educación a la salud, del funcionamiento de la economía a los medios de comunicación. Fue en nuestras universidades donde comenzó a usarse el lenguaje de las competencias, la certificación, la búsqueda de la excelencia, el establecimiento de índices de desempeño, la evaluación de acuerdo a parámetros internacionales y los estímulos a la productividad. (De Moura y Levy, 1997)
Prácticamente todas nuestras universidades aceptaron e incorporaron desde mediados de los años 80 las orientaciones e instrumentos de medida cuya aplicación se tornó condición en la entrega de préstamos que el Banco Mundial ofreció para superar el desastre de la reducción generalizada de presupuestos públicos, después del ajuste estructural de los años 80. Estos instrumentos se convertirían en los fundamentos de una nueva concepción de la vida pública y, de manera central, de la educación. (De Wit, Jaramillo et al, 2010; Thorn y Soo, 2006) No podemos dejar de insistir en que, tal y como se construyó la orgullosa ciudad de la Nueva España sobre las ruinas del Templo Mayor de los mexicas en Tenochtitlan, los neoliberales primero destruyeron y luego se empeñaron en erigirse como los únicos capaces de controlar y dirigir las conciencias de todos nosotros, con la anuencia y subordinación sin límites de quienes quedaron a cargo de nuestras instituciones públicas: los nuevos conquistados por la religión de la competitividad. Los fanáticos religiosos de la nueva evangelización neoliberal serían las autoridades de nuestras universidades y cientos de colegas de todas las áreas del conocimiento, ungidos como profesores de excelencia y encargados de evaluar y, en lo posible, suprimir, los resabios de un pensamiento crítico. Durante los años 90 y buena parte de la década que concluye, muy pocas instituciones aceptaron editar y promover los trabajos de autores calificados como ideologizados, de escasa proyección internacional, o cuya productividad se juzgue insuficiente, particularmente porque imparten conferencias, participan en actividades o aun editan sus obras en ámbitos no arbitrados.
Una ojeada al futuro
Los neoliberales introdujeron en nuestra región una estrategia de control y coerción consistente en el abuso sistemático de los medios de comunicación para socializar sus posturas en relación a todos los asuntos de la vida pública, a la par del despliegue de las fuerzas del orden para atemorizar y contener a poblaciones que manifiesten críticas al hecho de que unos cuantos se hayan apropiado del derecho de todos a decidir sobre los asuntos vitales de su país.
Tenemos también todos los elementos para afirmar que uno de los puntales de la llamada reforma educativa fue la eliminación de contenidos y prácticas tendientes a estimular en los estudiantes la imaginación, la memoria, la creatividad. Salvo en los casos de Cuba yVenezuela, en el resto de América Latina la reforma impuso como ejes la supresión de la capacidad de ubicación histórica y geográfica, así como la eliminación del reconocimiento de las peculiaridades culturales y la identidad de nuestros pueblos, a partir de la escuela. Ello, desde luego, en el contexto del establecimiento de un sistema de control-subordinación que asegurara la repetición de consignas, la ejecución de órdenes y la identificación de los estudiantes con la búsqueda del logro individual, la aceptación de las reglas del mercado, el conformismo y la desmemoria.
Creo que para evaluar los daños infligidos en nuestra capacidad de pensar, debiéramos comenzar por establecer un índice de desaprendizaje, lo que significaría comprender los alcances del cercenamiento de la identidad, de la memoria, de la voluntad, del proyecto de futuro en los egresados del sistema educativo en las generaciones del neoliberalismo. Algo muy profundo se ha perdido en estos años de manera acelerada, y creo que es el momento para que nosotros comencemos a procesar la reversión de esta pérdida, porque, de no hacerlo, corremos el riesgo severo de que, en unos cuantos años, nos quedemos sin instrumentos de conocimiento que nos permitan echar mano de nuestras reservas estratégicas para salvar nuestros saberes tradicionales, los principios y valores en que se ha fundado la existencia de comunidades y pueblos, el uso no destructivo de los recursos naturales, sociales, estratégicos de nuestros países.
Tenemos, pues, una deuda con nuestra memoria, que es desterrar el olvido y poder reconstruir, paso a paso, las necesidades nuestras que pueden dar sentido de nuevo a los actos de nuestra vida. Tenemos que poder volver a nombrarlo todo, convirtiendo los conceptos y categorías impuestos en estos años negros en referencias secundarias, y recogiendo la enorme tradición intelectual y cultural que ha hecho de América Latina la región de mayor riqueza histórica viva del mundo. Tenemos que recordar a nuestros muertos y a nuestros vivos, sujetos presentes en esa larga lucha por ser nosotros mismos que heredamos, y de la que formamos parte. Tenemos que ser capaces de convertir nuestras bibliotecas y nuestras casas, las casas de todas las familias de nuestra región en espacios de la restauración de una identidad de la que sólo hemos visto pedazos en los ojos de nuestros conquistadores. Es absolutamente indispensable que iniciemos una nueva y más profunda etapa de revolución de independencia y de reconquista de nuestra soberanía, que no es otra cosa sino nuestra potestad de decidir, desde los más pequeños detalles, cómo queremos vivir. Pensar con cabeza propia es el principio de mirar al mundo y tener la valentía de rechazar la existencia de un pensamiento único, de la falsa religión del mercado, del comercio de la muerte. Pensar con pensamiento crítico tiene que llevarnos a saber que es posible transformar nuestras cabezas, nuestro horizonte, y confiar en que las soluciones que propongamos serán seguramente mejores que las que nos han obligado a aceptar. La libertad tendrá sus costos y sus consecuencias, pero sus caminos se iluminan con la felicidad que nos producirá no tener que vivir a la sombra de nosotros mismos. Estas hermosas tierras y los seres humanos que en ellas habitamos merecemos dar un espacio a la alegría y a la esperanza verdaderas.

* El texto publicado en este Cuaderno es una versión editada de la ponencia presentada en el XXVIII Congreso Internacional de la Asociación Latinoamericana de Sociología (ALAS) “Fronteras abiertas deAmérica Latina” realizado en Recife, del 6 al 11 de septiembre de 2011.

**Doctora en Historia, latinoamericanista y socióloga. Profesora investigadora del Centro de Estudios Latinoamericanos de la UNAM desde 1976. Autora de Hacia la recuperación de la soberanía educativa en América Latina.

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