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viernes, 29 de marzo de 2013

INTERNET Y EL CONOCIMIENTO SUPERFICIAL, por Ulises Fuente


copiado de FILOSOFÍA DIGITAL  http://www.filosofiadigital.com


“La principal consecuencia de los nuevos hábitos es el «conocimiento superficial» del hombre tecnológico, no sólo por la banalidad de los contenidos que en ocasiones se publican en la red, sino porque ésta empieza a cambiar la misma estructura de nuestro cerebro en operaciones de aprendizaje y memoria. Nuestra aptitud para aprender se resiente y nuestro entendimiento se queda en una escala superficial. No pensamos por nosotros mismos, necesitamos compartir las ideas con amigos buscando su opinión, vivimos dentro de la pantalla. La virtud anda cerca del término medio: Hace falta tiempo para la recopilación de datos y al mismo tiempo para la contemplación; tiempo para manejar las máquinas y para sentarnos ociosos en el jardín; el problema, hoy, es que estamos perdiendo la capacidad de equilibrar esos dos estados mentales, y nos dejamos llevar por la permanente sensación de estar esperando que algo importante ocurra en el teléfono o el ordenador.
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Todos lo hemos experimentado los primeros días de vacaciones. El gesto automático de mirar la muñeca desnuda, sin reloj, el impulso de tantear el bolsillo del pantalón donde no hay ningún teléfono móvil. Sin necesidad de actualizar, como un autómata, el correo electrónico, la agenda, el ruido de fondo de las redes sociales. Aunque probablemente ya lo sabían, las vacaciones pueden estar salvando a su cerebro, porque, agárrense, el uso compulsivo de las nuevas tecnologías  merman su capacidad para la reflexión. Es lo que algunos llaman la «deseducación del homo-sapiens». Esta es la tesis que defiende Nicholas Carr en su libro «The shallows» («Lo superficial»).
El cerebro humano tiene una enorme capacidad de adaptación a los modos de conocimiento, que se moldea no sólo ante las nuevas formas de adquirirlo, sino al resto de patrones de comportamiento, como sucediera con otras invenciones antes: los mapas, el reloj, la imprenta. La red lastra nuestra capacidad de concentración, de reflexión, «desacostumbra nuestra paciencia», asegura Carr. La génesis del libro parte de un largo artículo periodístico con el elocuente título «¿Está Google volviéndonos estúpidos?», en el que Carr se preguntaba qué efectos tiene en el hombre del siglo XXI acudir al buscador cada vez que nos asalta una duda. El volumen nos encara con argumentos inquietantes en forma de estadísticas: trabajadores frente al ordenador que comprueban su correo electrónico entre 30 o 40 veces cada hora para encontrárselo invariablemente vacío, y que pasan menos de diez segundos visitando una web. Sólo una de cada diez páginas merece la atención de un internauta durante más de dos minutos.
Multiplíquese en el caso de usuarios de internet en el móvil, añádanse los mensajes de móvil, comentarios de Facebook, «twitters» y demás zumbido digital. Cien canales de televisión. Un tercio de los adolescentes americanos envía más de cien sms diarios, la media es de más de 2.000 al mes. Según los expertos, estas pautas que parecen banales pueden derivar en conductas nerviosas. Está demostrado que el entrenamiento cerebral cambia sus propias estructuras aunque, para ser más exactos, lo hace con cualquier actividad, por ejemplo, aprender a tocar un instrumento de música. La neuroplasticidad analiza la rehabilitación y la prevención de enfermedades como el Alzheimer estudiando la complejísma cascada de efectos químicos y eléctricos que se desencadenan en nuestro cerebro ante cada estímulo externo.
La principal consecuencia de estos nuevos hábitos, según defiende Carr, es el «conocimiento superficial» del hombre tecnológico, no sólo por la banalidad de los contenidos que en ocasiones se publican en la red, sino porque ésta empieza a cambiar la misma estructura de nuestro cerebro en operaciones de aprendizaje y memoria. «Nuestra aptitud para aprender se resiente y nuestro entendimiento se queda en una escala superficial. No pensamos por nosotros mismos, necesitamos compartir las ideas con amigos buscando su opinión, vivimos dentro de la pantalla», apunta Carr.

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La «cultura pop»
El libro ya ha desencadenado una pequeña controversia en los círculos académicos y científicos porque hay quien acusa a Carr de «elitista» y de menospreciar las nuevas formas de divulgación y de creación nacidas de la «cultura pop». El profesor de psicología de Harvard y autor del libro «Cómo funciona la mente», Steven Pinker, cree que Carr, de 50 años, tiene «pánico moral» a la red por pertenecer a una generación «no nativa» en su manejo y le recuerda otro argumento elitista: «La reflexión profunda nunca se alcanza de forma natural. Debe aprenderse en unas instituciones especiales que llamamos universidades y entrenada de forma constante».
También salió en defensa del mundo 2.0 Jonah Lehrer, columnista del «New York Times» y autor de «Cómo decidimos», que contrapone el uso activo de la web frente al placer pasivo de la televisión o la radio. «El mundo online simplemente pone de relieve la debilidad de la atención humana, que, sin autocontrol, es incapaz de resistir la más mínima tentación», afirma. El neurólogo del Hospital Clínico San Carlos de Madrid Jesús Porta asegura que «está demostrado que las conductas alteran la configuración del cerebro y también las sinapsis, pero en ningún caso la capacidad de razonamiento o de reflexión»

Transtorno de la atención
En cambio, Porta señala algunos peligros en el uso intensivo de las nuevas tecnologías, en especial durante la infancia: «El cerebro tiene que madurar con formas tradicionales de aprendizaje, potenciar la atención y la concentración, y dar importancia a la memoria. En caso contrario, se pueden producir problemas en el futuro», explica. En opinión de Porta, las personas con trastorno de la atención pueden ver agravado su problema con el constante cacharreo de «Blackberrys o iPhones», pero duda que pueda elevarse a rango de epidemia. «Tenemos otros medios, vivimos en un mundo acelerado, y las costumbres también dan lugar a ansiedad. Basta con ir a Cuba y comparar nuestra ansiedad con la suya ante la falta de una respuesta inmediata o la lentitud de los servicios. Son cambios que afectan a nuestro cerebro y que suponen dificultades añadidas al aprendizaje», explica desde el punto de vista de la neurología, opinión a la que habría que añadir los trastornos por el abuso de la tecnología que puede describir un psicólogo.
En esta línea, algunos testimonios personales hechos públicos precisamente en redes sociales siembran la duda.  Casi sin querer, Nicholas Negroponte, un conocido tecnófilo fundador del prestigioso MIT, daba alas a las tesis de Carr. Su punto de partida hace un tiempo fue que «el texto no va a desaparecer, ni la lectura. Es el papel lo que morirá». La semana pasada, se desdijo: «Me encanta mi iPad, pero mi capacidad para leer textos largos casi ha desaparecido, porque estoy siempre tentado de mirar mi correo electrónico o páginas web».

Volverse un sociópata    
Juan Rodriguez es uno de los periodistas musicales más reputados de Canadá. Se incorporó tarde a las tecnologías pero mantenía su blog actualizado desde casa, contestaba mensajes «sin pensar las cosas que escribía», comentarios a sus artículos y críticas, y visitaba la prensa internacional cada mañana. Hace poco se mudó de casa, pero su conexión a internet no fue con él. «Para mis amigos me volví un sociópata. En cambio, yo descubrí el placer de leer libros como no lo sentía desde que era adolescente. Me dí cuenta de que estaba enganchado a la necesidad de seguir acontecimientos o incluso partidos de fútbol al minuto, sin ver el desarrollo de la acción y sin pensar que podemos esperar a que acabe para tener la información», contaba en su columna. Rodriguez abunda en lo que algunos psiquiatras han descrito como el «miedo a perderse algo», a no conocer el primero  una información. «Pero perderse qué? –se pregunta–. He descubierto que casi todas las cosas pueden esperar».  Después de provocar con cierto dramatismo, Carr asegura que la virtud anda cerca del término medio: «Hace falta tiempo para la recopilación de datos y al mismo tiempo para la contemplación; tiempo para manejar las máquinas y para sentarnos ociosos en el jardín; el problema, hoy, es que estamos perdiendo la capacidad de equilibrar esos dos estados mentales, y nos dejamos llevar por la permanente sensación de estar esperando que algo importante ocurra en el teléfono o el ordenador».

La web ha muerto
El nacimiento de la televisión no fue el fin de la radio ni internet ha supuesto la defunción de la «caja tonta». En España, como publicaba ayer este diario, el consumo medio de televisión por espectador en julio firmó un récord de la década. La adaptación de los medios de comunicación es la primera regla en el ecosistema, pero las reglas de esta evolución de las especies son impredecibles. En EE UU, las ventas de discos de vinilo y los platos para reproducirlos han aumentado un 62% en un año. Las radios se reencarnan en exitosos podcast y algunas salas de cine en EE UU han recuperado «Crimen perfecto» de Hitchcock (en la foto) para proyectarla en 3D. La vanguardista publicación «Wired» se atrevía a vaticinar en su último número la «muerte» de la web, víctima de la cháchara vacua de las redes sociales, las aplicaciones para móvil y los vídeos intrascendentes. Wikileaks, por lo visto, es la excepción.  
 
El detalle: Youtube, ¿un videoclub online?
Google podría liderar la oferta legal de contenidos en internet si se confirma la información publicada por «Financial Times», según la cual Youtube (propiedad del buscador) está en negociaciones con las «majors» para lanzar un servicio de pago por visión de películas y series televisivas. Este diario informó de que el objetivo es poner en marcha el videoclub online antes de finales de año, y, así, adelantarse a un servicio similar que prepara Apple. La oferta de Youtube se lanzaría primero en EE UU para luego ampliarse a otros países. «Google y Youtube son un fenómeno que miran un montón de ojos, muchos más que cualquier servicio de cable o satélite», afirmó uno de los ejecutivos conocedores de la operación, que consideró que Hollywood quiere llegar a un acuerdo tras darse cuenta «del enorme número» de personas al que pueden llegar.
ULISES FUENTE,  en Larazón.es. Madrid, 30 de agosto de 2010.

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